Apuntes sobre la angina de pecho y la enfermedad coronaria. De papiros y de momias

La angina de pecho es probablemente el síntoma sobre el que más frecuentemente interrogamos a nuestros pacientes en la práctica cotidiana.  Creemos conocer cada una de sus características y mecanismos. Somos sutiles a la hora de diferenciar calidades, contexto, desencadenantes y condiciones que la alivian. Y aunque siempre se publiquen novedades, nos son suficientemente familiares su fisiopatología y cada uno de sus tratamientos posibles. Pero lo que hoy es manifestación cardinal de la enfermedad cardíaca fue alguna vez una expresión oscura, e ignoradas la anatomía del corazón y sus arterias, en condiciones de salud o de su ausencia. 

La primera descripción de un cuadro compatible con angina de pecho en un documento de la Antigüedad se encuentra en el llamado papiro de Ebers. ¿Cuál es su historia? 

En 1862 un egiptólogo, prestamista y anticuario estadounidense, Edwin Smith, adquirió en Luxor dos papiros. Uno de ellos se conoce con el nombre de su comprador. Smith lo conservó hasta su muerte en 1906, año en que lo heredó su hija, que lo donó a la Sociedad de Historia de Nueva York. Por encargo de la Sociedad, en 1920 James Breasted encaró la traducción del documento, algo que recién concluyó en 1930. El papiro Edwin Smith (más de 4 metros y medio de longitud, casi 40 cm de ancho) es un tratado quirúrgico que describe en detalle las características de 48 diferentes heridas de guerra en distintas partes del cuerpo, con una descripción anatómica precisa, y el tratamiento racional instituido en cada una de ellas, considerando, claro está, la técnica de la sutura respectiva. Este papiro se conserva en la Academia de Medicina de Nueva York desde 1948.

Pero, como dijimos, a nosotros, cardiólogos, nos interesa más el segundo papiro que consiguió Smith. Este papiro fue encontrado entre las piernas de una momia, en el distrito de Assasif, en la necrópolis de Tebas. Menor en dimensiones que el anterior (20-23 m de largo y 30 cm de ancho), está, al igual que el papiro Edwin Smith, escrito en hierático, sistema de escritura simplificado que permitía a los escribas confeccionar los textos religiosos, legales y administrativos cotidianos con mayor velocidad que el lenguaje jeroglífico. Diez años después de haberlo adquirido Smith, el papiro pasó a manos de George Moritz Ebers, un egiptólogo y escritor alemán. Ebers había nacido en Berlín en 1837, y tuvo una sólida formación académica en las universidades de Gotinga, Berlín y Jena. Ya a los 28 años era profesor de Egiptología (Egipto estaba de moda) en Jena, y desarrolló la mayor parte de su vida docente en Leipzig. Escribió obras eruditas (Egipto y los libros de Moisés) y novelas históricas, como La hija del rey de Egipto, Serapis o Kleopatra. 

Se entiende que el papiro de Ebers fue escrito unos 1.500 años antes de Jesucristo, bajo el reinado de Amenhotep I, segundo faraón de la dinastía XVIII, al que también conocemos con otras grafías, entre ellas la más divulgada de Amenofis. Reúne el conocimiento médico acumulado en los siglos anteriores, y de hecho en el texto se da a entender en forma anacrónica que data de 3000 años a.C.  Contiene 877 apartados sobre distintas patologías (ginecológicas, dermatológicas, urológicas, gastrointestinales, demencia, depresión…) y recetas para cada una de ellas, en base a más de 700 sustancias. Incluye además conjuros para lograr la protección de los dioses frente a las enfermedades, no solo para los pacientes sino también para los mismos médicos, ya que entendían los egipcios que muchas de ellas se debían a la acción de espíritus malignos. 

En lo que hace especialmente a la cardiología, el papiro considera al corazón como sede de la vida anímica, sitio de la inteligencia y de la percepción. El corazón recibe sangre a través de un vaso y hay cuatro venas que van a todo el cuerpo. Y, en lo que nos interpela directamente, dice el papiro: “…si examinas a un hombre porque está enfermo del corazón y tiene dolores en los brazos, en el pecho y en un costado de su corazón… la muerte lo amenaza…” 

Ebers creía que su papiro formaba parte constitutiva de los Libros Herméticos, conjunto de textos escritos bajo la advocación de Toth, dios egipcio inventor de la escritura, maestro de la sabiduría, patrono de los escribas y de los magos, creador de la alquimia, dios de la Luna y considerado análogo de Hermes, el dios griego (de allí lo de Hermético), hasta el punto de que del sincretismo entre ambos surge la figura de Hermes Trismegisto (Hermes, el tres veces grande). Convencido de esta correspondencia, murió en 1898 en Baviera. No deja de ser irónico que finalmente deba su inmortalidad no a los textos de su autoría sino justamente al que no escribió.

No solamente en los papiros encontramos evidencia sobre la existencia de enfermedad coronaria en el Antiguo Egipto. Horemkenesi, que vivió hacia el 1050 a.C. fue, además de sacerdote de Amón, el dios creador del mundo y patrono de Tebas, el último portador del título de capataz encargado de la construcción de las tumbas faraónicas de la XX dinastía. Cuentan los jeroglíficos hallados en su tumba que en medio de su trabajo se desplomó súbitamente en la arena, y antes de ser momificado, su cuerpo fue invadido por escarabajos. El examen de su momia a fines del siglo pasado con los métodos de estudio más modernos, incluyendo el empleo de carbono 14 permitió adjudicarle una edad de 60 años, y reconstruir muchos detalles de la vida cotidiana en la época de su vida. En tejidos de la cavidad abdominal pudo dosarse troponina, hallándose valores similares a los de personas fallecidas por un infarto de miocardio, y muy superiores a los hallados en momias de fallecidos presuntamente por otras causas. Horemkenesi es así la primera persona documentada de la que se interpreta que la muerte súbita se debió a un cuadro coronario agudo. 

Si buscamos evidencia más directa de afección aterosclerótica, podemos remontarnos a hace casi 170 años, cuando Czermak describió hallazgos anatomopatológicos que sugerían la presencia de la patología en momias egipcias que databan de 1000 años a.C.  Estos hallazgos fueron reproducidos en examen directo por Ruffer en 1911, y mucho más cerca en el tiempo por Allam, en 2009, quien presentó los datos del estudio tomográfico de 22 momias alojadas en el Museo Nacional Egipcio de Antigüedades en El Cairo. Allam consideró la demostración de calcificación en las paredes arteriales como expresión de aterosclerosis. En 16 momias se pudo identificar tejido cardiovascular, y de ellas en 9 aterosclerosis definida (hallazgo de placa calcificada en la pared de una arteria) o probable (calcificación en el trayecto esperado de una arteria). Pero en ninguna se evidenció la patología a nivel coronario. 

Si queremos, entonces, citar por su nombre a la primera persona con enfermedad arterial coronaria, debemos referirnos a la princesa egipcia Ahmose-Meryet-Amon, que vivió en Tebas (Luxor) entre 1580 y 1550 a.C., fruto de la unión entre Seqenenre Taa II, el décimo cuarto faraón de la dinastía XVII, y una de sus hermanas, práctica común en la realeza egipcia. La momia de la princesa fue una de las 52 que formó parte del estudio Horus, llevado a cabo a principios de la década pasada. Los autores de Horus obtuvieron tomografías computadas de cuerpo entero de 137 momias de cuatro pueblos de regiones geográficas diferentes: Egipto, Perú, pueblos ancestrales del sudoeste de América, y los Unangan de las Islas Aleutianas. Se observó aterosclerosis probable o definitiva en 47 (34%) de las 137, entre ellas en 29 de las 76 momias egipcias, en 13 de las 51 peruanas, en 2 de las 5 de otros pueblos ancestrales americanos y en 3 de las 5 de los Unagan. La aterosclerosis estaba presente en la aorta en 28 momias, en las arterias ilíacas o femorales en 25, en las arterias poplíteas o tibiales en 25, en las carótidas en 17 y en las coronarias solo en 6. El estudio remarcó la importancia de la edad como factor predisponente para el desarrollo de la enfermedad, con un aumento de riesgo superior al 60% por cada década de la vida. No se pudo encontrar relación con el sexo ni con la alimentación o el estilo de vida, diferentes según la cultura. Y de las 6 momias con enfermedad coronaria, la más lejana en el tiempo es la de la princesa Ahmose, que murió entre los 40 y los 45 años y que, queremos recordar, fue contemporánea a la redacción del papiro de Ebers, hallado a su vez entre las piernas de una momia. ¿Habrá Ahmose-Meryet-Amon experimentado, con la lesión de 2 vasos que reveló el tomógrafo, “dolores en los brazos, en el pecho y en un costado de su corazón”

Por el Dr. Jorge Thierer

Fuentes

Linares Casas JC. El fondo histórico de la angina de pecho. Rev Méd Rosario 2018; 84: 94-99

Montes-Santiago J. Horemkenesi, Da Vinci, Borodin: tres olvidados precursores de la cardiopatía isquémica. Rev Esp Cardiol. 2007;60(4):449-54

Miller R, Callas D, Kahn SE, Richiutti V, Apple FS. Evidence of myocardial infarction in mummified human tissue. JAMA 2000; 284:831-2

Donato M.  Historia de un corazón isquémico. htps://revistaargentinadecardiologia.wordpress.com. /2012/03/28/historia-de-un-corazon-isquemico-2

Thompson R, Allam A, Lombardi G, Wann L, Sutherland M, Sutherland J et al. Atherosclerosis across 4000 years of human history: the Horus study of four ancient populations. Lancet 2013;  381(9873):1211-22

Folgarait A. Momias: 4000 años de aterosclerosis. https://www.sac.org.ar/actualidad/momias-4000-anos-de-aterosclerosis