Diego Rivera pinta la historia de la Cardiología parte 2

Posted On 08 Feb 2019
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En una entrega anterior presentamos el primero de los dos murales que Diego Rivera, a instancias del doctor Ignacio Chávez, pintó para decorar el vestíbulo del auditorio del recién creado Instituto Nacional de Cardiología de Méjico, en 1944. Era la intención ilustrar la historia de la Cardiología, desde sus bases hasta los representantes más notables de ya promediado el siglo XX. En el primer mural, en el que predominaban los tonos rojizos, Rivera presentó a los héroes de la Cardiología Antigua: Galeno, los anatomistas, los descubridores del sistema de formación y conducción del impulso eléctrico en el corazón.

En el segundo, que es el que presentamos ahora, dominan los azules. Rivera incluyó aquí a aquellos que recurrieron a los instrumentos para avanzar en el camino del conocimiento. Así como en el primer mural en la base del saber médico aparecían la medicina china y la griega, en la base de este Rivera representó, como si se tratara de bajorrelieves, la medicina de los pueblos del África y la del Méjico precolombino, para hacer honor a su idea de que la medicina occidental no debía olvidar los descubrimientos de los pueblos indígenas.

Vayamos ahora a los personajes individuales. A la izquierda, en la base, con peluca blanca, aparece Stephen Hales. Si observamos con atención veremos las patas de la yegua que empleó para su medición directa de la presión arterial. Encima de él y en forma sucesiva vemos a von Basch, Ludwig y Marey, cada uno de los cuales diseñó algunos de los instrumentos (quimógrafos, esfigmógrafos) que se fueron empleando para lograr una medición no invasiva de la presión. Arriba, hay aún lugar para ver a Wenckebach y Mackenzie, protagonistas de avances notables en el campo del estudio de la electrofisiología. Y en el extremo superior izquierdo encontramos a dos pioneros en el estudio de las malformaciones congénitas del corazón: Karl Rokitansky y Maude Abbott.

En la parte central del cuadro, abajo está William Withering, el padre del empleo de la digital para tratar la hidorpesía. Exhibiendo su tratado sobre las enfermedades del corazón aparece Senac, y atrás y a su izquierda, con un pequeño tomito de tapas marrones, Heberden, inmortal por su descripción de la angina de pecho. Y encima de él, tomando el pulso de un paciente, Stokes, el médico irlandés a quien no podemos mencionar sin citar indefectiblemente a Cheyne (por la respiración de Cheyne Stokes, aunque Cheyne fue el primero en describirla), y a Adams (por los fenómenos sincopales de Stokes Adams, aunque Adams fue el primero en describirlos). Curiosamente ni Cheyne ni Adams tienen lugar en el mural.

En la base, a la derecha, aparece Galvani, con las ancas de rana en las que demostró la existencia de la “electricidad animal”, y, confinados a la oscuridad en que realizaban sus estudios, Roengten, Moritz y Castellanos, pioneros de la imagenología que tanto contribuyó al desarrollo del saber cardiológico. En la parte superior del mural destacan las figuras de Einthoven, inclinado sobre el electrocardiógrafo, su gloriosa invención, y Lewis, que, entre tantas cosas, consagró parte de su vida al estudio meticuloso de la fibrilación auricular. Lo vemos leyendo un trazado electrocardiográfico con Wilson, el creador de las derivaciones unipolares de los miembros y las precordiales.
¿Y el centro del mural? Allí, auscultando el corazón de un enfermo vemos a Potain, que describió el ritmo de galope; lo rodean, todos con sus guardapolvos blancos, sus discípulos, entre ellos algunos que fueron maestros de Chavez en Francia; y atrás, con saco y corbata, cardiólogos ilustres de la época en que se pintó el mural, entre ellos Paul Dudley White, y otros que, como él, fueron presidentes de la Sociedad Internacional de Cardiología.

Hemos visto entonces ambos murales, con sus semejanzas y sus diferencias, ambos igualmente hermosos en su pretensión de representar la historia de la cardiología. Y habiendo pasado más de 70 años desde que Rivera los creara, no ha disminuido un ápice su capacidad de conmovernos. Algunas reflexiones finales podemos formular. ¿Qué determina la entrada en el canon? ¿Por qué algunos lo integran y otros no? No es sin duda por el acierto a la hora de formular hipótesis (¡qué lejos Galeno y su fisiología!); no es tampoco por la primacía en el descubrimiento o la descripción (volvamos a Stokes) ni por la persistencia de lo creado (es de lamentar que no esté en el cuadro Riva Rocci, el inventor del esfigmomanómetro tal como lo conocemos hoy). En lo que cada uno define como Historia entran preferencias, valoraciones apresuradas, simpatías individuales. ¿Se citará a mediados de este siglo, cuando se cumplan 100 años de estos cuadros, a los mismos personajes? ¿Seguirá siendo la historia este retablo de retratos de figuras ilustres, cada una un relato épico en sí misma? ¿O en su reemplazo honraremos avances que son cada vez más el fruto de trabajo colectivo e intersección de diferentes disciplinas? El Olimpo de la Ciencia es de piso resbaladizo, y es cada vez más difícil mantenerse. Mientras tanto, en el campo del arte, intuimos, pasará el tiempo, y pasará mucho, y seguirán sorprendiéndonos los murales de Diego Rivera

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Dr. Jorge Thierer

Fuentes consultadas

E Soto Pérez de Celis. Una mirada a la historia de la cardiología. Los frescos de Diego Rivera en el Instituto Nacional de Cardiología. www.elementos.buap.mx/num65/htm/13.htm

Felipe Cabello C. Diego Rivera: gran maestro y un didáctico y lúcido historiador de la medicina. Rev. méd. Chile vol.142 no.11 Santiago nov. 2014.

Ingrid S. Bivián. Diego Rivera y los frescos del Instituto Nacional de Cardiología. Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 15.